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miércoles, 10 de noviembre de 2010

CRACOVIA: UN FIN DE SEMANA DE MUERTE.

¡Era viernes 29 de octubre de 2010... el día para iniciar mi primer viaje por Polonia!
Puente multitudinario porque el 1 de noviembre es el día de Todos los Santos, que aquí éso
de Halloween no se lleva.
  
La estación central de trenes estaba a reventar, como en la guerra, menos mal que contaba
con buena gente que me acompañó hasta que encontramos a la "asistencia" que habíamos pedido
para que me echaran un cable a encontrar mi tren y subir a él.
La "asistencia" resultó ser un hombre enorme y muy simpático, que no hablaba ni pizca de
inglés, excepción hecha del "OK" que dominaba a la perfección.
Nos acompañó al tren, me ayudó a entrar... y se hizo la picha un lío (con perdón de la
expresión) a la hora de encontrar mi asiento.
¿Cómo puede alguien equivocarse al mirar asientos en un tren? Quiero decir, están alineados,
numerados... sólo hay que mirar que el número del billete y del asiento coincidan.
Aún no sabemos cómo pero el hombre lo consiguió.
Total, que después de 10 minutos de confusión y jaleo, atascando el pasillo del vagón, un
chico que hablaba inglés encontró mi asiento perdido.
  
Subí la maleta al compartimento de arriba, me senté y empecé a manipular el mp3.
Yo pensaba que me había puesto demasiadas capas de ropa para ir en un tren, ¡me estaba
asando! pero descubrí que según caía la noche, alguien debió abrir alguna puerta o algo
porque de repente en el tren empezó a hacer una rasca considerable y llegué a Cracovia
encantado con mi estrategia "cebolla" de capas múltiples.
  
Bajé en Cracovia (jugándome el tipo, aquí los agujeros entre el tren y el andén son como el
abismo de Moria... "¡corred insensatos!") y me encontré con Kamilla, mi amiga polaca y su
novio Jazek que habían venido a buscarme.
También estaba el hermano de Jazek, Rafael, y su sobrino, Mihail. (espero estar
escribiéndolo bien). Al día siguiente nos reuniríamos también con Ewa, la mujer de Rafael,
que constituiría el último miembro de nuestra expdedición.
Como ya era tarde fuimos a casa de Kamilla a dejar la maleta y nos quedamos charlando y
cenando algo, acto que culminamos con un vodka de cereza (aún no soy capaz de escribirlo en
condiciones) que preparaba su padre y que estaba buenísimo!!
 
A la mañana siguiente nos levantamos con tranquilidad por aquello de ser sábado y nos
arrojamos a ver Cracovia.
 
Me ha parecido una ciudad bonita, con encanto, pero más pueblo que Varsovia... debe ser que
yo soy más de capitales, porque me encanta lo de las multitudes.
 
Jazek trabaja poniendo carteles en braille en los monumentos y adaptando éstos para que
personas con discapacidad puedan tener acceso a ellos.
Visitamos un par de museos, que curiosamente aunque anuncian estar adaptados para invidentes
no tenían ninguna exposición adaptada por el momento (estas cosas pasan :P). Y luego nos
fuimos a ver la ciudad en sí.
Cracovia es una ciudad monumental, se mire por donde se mire. Desde la puerta de Florian y
la Barbacana hasta el castillo se extiende el Camino Real, con monumentos y edificios
famosos a cada paso.

Resulta que al lado de los principales monumentos existen maquetas de los mismos, que pueden
tocarse. Las maquetas están al aire libre o algo escondidas, pero por supuesto Jazek las
conocía todas.
¡Fue genial porque pudimos disfrutar de todos los monumentos por los que pasamos! Las ya
mencionadas puerta de Florian y la barbacana, la iglesia de Santa María y un larguísimo etc,
hasta el castillo, que por supuesto también tiene su maqueta.

Estuvimos en la lonja de paños, en la plaza principal y vimos al trompetista que sale a
tocar a cada hora en punto un solo de trompeta sobre la torre más alta de la iglesia de
Santa María.
Al parecer esta costumbre viene de una noche en que el enemigo (aún no he conseguido que las
fuentes se me pongan de acuerdo, unos me dicen turcos y otros mongoles, vaya usted a saber,
aunque si fueron mongoles se pegaron un pirulo del copón para llegar a cracovia, ¿no?),
atacó la ciudad.
El centinela de guardia inició un solo de trompeta para despertar a la ciudad, avisando del
ataque, pero a mitad de la canción, un arquero enemigo disparó una flecha acabando con el
trompetista.
Desde entonces, el solo de trompeta se interrumpe justo en el momento en que el trompetista
dejó de tocar en aquella noche.
Después de aquello vimos también la iglesia de San Francisco, cuyo convento por lo visto se
encargaba de cuidar a los ciegos e impedidos en la edad media y por éso aún todos los ciegos
de Cracovia (creyentes, supongo) van a esa iglesia.

Casi al final, visitamos el castillo y tomamos un café en una de las terrazas para guiris
situadas sobre la colina (previo examen de la maqueta correspondiente, claro!).

La última etapa de aquel día agotador fue la visita a la cueva del dragón, donde según la
leyenda moraba uno de estos fantásticos seres, que gustaba de alimentarse de las doncellas
de la ciudad (no son listos ni na los bichos estos :P), hasta que un zapatero lo envenenó
dándole a comer una oveja rellena de azufre, lo que le causó mucha sed y le hizo beber hasta
explotar (aprended de esto jugadores de rol! tanta lanza y tanta espada... y mira).
La verdad es que la cueva del dragón me pareció pequeña, un apartamento draconiano vamos,
debía ser de protección oficial.
 
El día lo terminamos con una cena brutal, cerveza y vodka. Glorioso!.
 
El domingo por la mañana nos levantamos muy pronto y me acompañaron a la estación de
autobuses, pues decidí ir a visitar el campo de concentración de Auschwitz, y Auschwitz 2
Birkenau.
A esta excursión decidí ir solo, sin mis amigos polacos, porque pensé que ellos ya la
habrían hecho en su momento y sabía que no iba a ser una visita precisamente alegre...

¡Ahí iba yo! Solo, con dos cojones y un palito... y 18 españoles que me encontré en el
autobús a Auxchwitz!
Por cierto, el pueblo cercano al campo de concentración, del que toma su nombre es Oświęcim. Fueron los alemanes, al germanizar el nombre, los que lo convirtieron en Auschwitz.
Según nos dijo el guía, Oświęcim  es el pueblo para ellos... Auschwitz es un cementerio. Es comprensible por tanto que a los polacos, no les guste que se haga referencia al pueblo por el nombre alemán.
La visita no fue agradable, por supuesto.
Con todo tengo que decir que el Campo de concentración tiene mucho de visual, en cuanto a
que mucho material del que te enseñan son fotografías, vitrinas llenas de zapatos de los
prisioneros, o dos toneladas de cabello humano que los alemanes recogían y reciclaban. Sin
embargo lo que son los edificios, resultan simples moles de ladrillo, desamparadas y
desnudas sí, pero nada más. Creo que cuando cogí el autobús pensaba encontrar un sitio muy
tétrico y sin embargo lo que me encontré fue un lugar muy triste.
El bloque destinado a los prisioneros conflictivos o especiales para las SS fue el paso más
duro, donde se obligaba a los prisioneros a acinarse en celdas donde sólo podían permanecer
de pie por la noche y luego eran obligados a trabajar durante el día, entre otras
barbaridades.

El paredón de la muerte, donde fusilaban a aquellos prisioneros suficientemente importantes
para gastarse una bala en ellos, estaba lleno de coronas de flores y velas en recuerdo de
las víctimas. Era un fin de semana especialmente significativo, supongo.

Otra cosa que recuerdo es que, durante la visita a Auschwitz, el viento no se detuvo en
ningún momento.

Birkenau era un sitio mucho más negro, los raíles del tren llegan hasta la zona de descarga
de prisioneros y los barracones, la gran mayoría de madera, tienen también una historia
negra. Los prisioneros llegaron a apiñarse en literas de tres alturas, hasta en cantidades
de cuatro personas por cama, 12 o 14 por litera. El apiñamiento los protegía del frío, pero
si contamos con que la disentería fue una de las grandes afecciones típicas entre los
prisioneros, la historia empeora.
 
No quiero extenderme mucho más en atrocidades y en cómo funcionaba la política del terror en
los campos. Hay información de sobra con sólo teclear los nombres de estos lugares de
muerte. Me quedo con dos palabras que dijo Víctor, uno de los españoles que iba conmigo
cuando empezamos a ver todo lo que allí se hizo: "qué mierda".
 
Junto a nosotros había grupos y grupos de visitantes, militares con camisetas blanca y la
estrella de David en rojo sobre ellas. Por lo que llegué a medio averiguar, la visita a
Auschwitz es obligada o algo así para los israelíes.  Varios de los españoles que venían
conmigo comentaron que los militares aprendían lo que les habían hecho a ellos, para
hacérselo luego a los palestinos. No puedo dejar de estar algo de acuerdo con esa triste
opinión, aunque me gustaría poder contradecirla.

Algo que debo recalcar, es que los nazis reciclaban todo. El cabello de los prisioneros se
utilizaba para la tela de los uniformes (en los puntos específicos más reforzados) y
rellenar almohadas o colchones, las cenizas de los cadáveres se utilizaron como abono e
incluso en Birkenau, aunque nunca llegó a ser construido en su totalidad, habían diseñado un
sistema de calefacción por gas metano obtenido a base de las eces de los prisioneros.
 
Todo ésto por no hablar de la manera de desposeer a los muertos de todo lo que tuviera
cualquier valor, ya fuera oro (dientes, anillos) o cualquier otra cosa.
Es muy triste pensar que mentes tan brillantes, que se adelantaron tanto a aquellos tiempos
en temas de reciclaje y aprovechamiento estuvieran tan enfermas como para cometer las
barbaridades que llevaron a cabo.

Volví a tiempo para ir a cenar con Kamilla y los demás de nuevo y mientras volvíamos a casa,
Cracovia despertaba a una noche de fin de semana.
 
El día 1 nos levantamos pronto para ir a visitar el cementerio.
Aquí en Polonia, el día 1 de noviembre no es tanto un día triste, sino un día para
reencontrarse con los antepasados, recordarlos juntos y honrarlos.
El sol lucía en el cielo y me daba la sensación de pasear por un jardín abarrotado de gente
en vez de por un cementerio. Había señoras mayores, niños con sus padres... familias
enteras.
Los polacos dejan velas sobre las tumbas de sus familiares, además de flores. Son unas velas
metidas en un tarro, con una caperuza que permite pasar el oxígeno pero no el viento, de
modo que la vela luce y no se apaga.
Jazek me dijo que las velas las dejaban porque simbolizan la luz de Cristo, que guía e
ilumina a las almas.
Yo los acompañé, y ya de paso y para mí, honré en silencio a mis propios muertos. Hay quien
piensa que es triste que tenga que haber un día para acordarse de ellos. Yo estoy de acuerdo
con éso, es triste que haya un día para acordarnos de quienes nos dejaron si el resto del
año te olvidas de ellos. Mas si los recuerdas a menudo y con cariño, resulta que ese día no
es tanto para acordarte de ellos tú solo, sino para acordarte junto con toda tu familia y,
de algún modo, los que se fueron unen a los que aún estamos aquí.
 
Terminada la visita al cementerio me despedí de ellos, les di mil veces las gracias por
todo, ¡qué maja es esta gente joer! y me monté en el tren de vuelta a Varsovia.
 
En el tren venían Iratxe y Alex, otros dos becarios de la Oficina que ya he mencionado en
alguna entrada anterior. Habían estado en Zakopane (a saber cómo lo escribo) y habían tenido
un viaje accidentado porque se confundieron de tren a la ida.
 
Una vez llegados a Varsovia decidimos ir ... ¡a ver un cementerio! vaya día.
Visitamos uno de los cementerios de Varsovia, esta vez a la caída de la noche, cuando todo
está oscuro y las tumbas se iluminan y destacan con las velas que los familiares han dejado
para ellos.
 
Krystyna, la analista de la Oficina nos contó que en su vida hay dos imágenes que la
impresionaron desde un avión. Una fue la torre Eiffel de París, iluminada un día que llegó
de noche a la capital francesa. La otra fue un día que dejó Varsovia en la noche de un día 1
de noviembre.
Según nos contaba, en la noche, los cementerios de Varsovia se veían iluminados como por una
gran llama, por las velas dejadas por los familiares. Realmente debió ser espectacular.
 
Fue un fin de semana algo tétrico, mirando hacia atrás, campos de concentración y
cementerios... pero también sirvió para ver dos caras de la muerte. La peor y la mejor.
 
El próximo viaje lo he programado a Berlín. De algún modo, necesito ver y rodearme de alemanes normales.
No quiero que el recuerdo de todo lo que me contaron que unos bárbaros hicieron hace tanto
tiempo, pese sobre quienes no tienen nada que ver.
 
¡Otro día debo regresar a Cracovia para verla mejor de noche, que con tanto levantarme
temprano me perdí esa parte y creo que es algo esencial!

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