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jueves, 22 de noviembre de 2012

Implicaciones de un Regreso



Siempre he odiado los jueves. Para mí, es ese día en que llevas ya levantándote temprano cuatro mañanas de la semana y aún no es viernes. Ya estás cansado, pero cuando llegues a casa aún te quedará madrugar un día más.
Parece entonces obvio, que esta reflexión iba a surgir un jueves.

REGRESO:

Regresar al hogar implica tantas y tantas cosas...
Implica volver a casa, a los amigos con quienes te veías a menudo pero a los que hace tiempo que no ves. Algunos se mantienen en contacto, otros no.

Implica regresar a la familia, a esa familia a la que no has visto casi en estos dos años, a los que han estado lejos, al lugar cálido del que procedes, en que siempre fuiste querido.

Implica volver a las calles y callejas de mi Madrid, de esa ciudad que, mezcla de todo, amalgama inconexa y caótica de gentes y procedencias, recibe a todos como hijos propios, bien que, a las malas, sálvese quien pueda.
A los churros, al Rastro, a las tapas, los bares, el cocido, el parque del Retiro, Alcalá, Vallecas, Argüelles, Antón Martín, Castellana...

Implica dejar Varsovia, dejarla en cuerpo al menos, porque en mente y corazón, una parte de mí queda en ella.
En esas noches geniales en que tantas y tantas cosas pasan. En que sales, te emborrachas y descubres luego que has estado bebiendo con la agregada comercial de alguna embajada o la jefa financiera del Banco nacional Polaco. Esa ciudad en que sales una noche a tomar una cerveza y acabas conociendo a un director de ventas español, un director del Circo del Sol y su socio del antiguo teatro La Escala... que salían juntos a tomar algo.
En esa ciudad en que compartes gimnasio con el equipo ruso de fútbol en la Euro 2012, en la que el suelo se desploma mientras hacen la segunda línea de metro, en la que encuentran una bomba de la segunda guerra mundial justo  en la esquina de tu manzana que ha dormido allí durante tantos años, justo al lado del club de jazz donde cada domingo había conciertos gratis. Esa ciudad, llena de rincones, de patios, de avenidas y de gente maravillosa con un corazón enorme que, por mucho que se quejen de lo que hay, tiran de todo, siguen adelante y no se rinden.
Es dejar atrás el invierno de verdad, la nieve, los tranvías, los pierogi, la kapusta, el Instituto Cervantes (pero nunca a mis compañeros de clase del curso de profes de español) y tantas otras cosas.

Implica dejar de hablar polaco, al menos a diario. Un idioma difícil, innegable, pero hermoso y dulce como pocos en mis oídos y en mi boca, cuyo estudio me ha hecho fijarme a la vez en lo bella que es mi propia lengua.
Implica la promesa de una vuelta.

Implica también volver a España, esa patria ingrata que pinta Pérez Reverte en cada frase que nos dedica. A ese extraño territorio donde, sentirse orgulloso de haber nacido allí es visto con reproche, donde la gente se pelea por hablar lenguas que otros no entiendan y donde el criticar al vecino es deporte nacional. Donde "la princesa del pueblo" es lo chabacano hecho mujer y donde el rey, que para éso es rey, sigue tirándole a los elefantes mientras al pueblo se le multiplican las garrapatas. Ese trozo de tierra, de mar y sol, de nieve y lluvia y meseta y montañas. A esa comida como no hay otra igual en éste, nuestro globo.

Y cuando uno mira hacia atrás, igual da dos años que siete, no puede dejar de sentir que a estas alturas, metidos en el barro hasta los codos, uno es, poco a poco algo más perro viejo. Que el verdadero hogar cabe en una mochila, que cada charco que pisas no es elprimero ni será el último, que en ocasiones hay que morder, apretar los dientes y tirar durante mucho rato para conseguir algo pequeño... y que, si el camino que se toma es importante, más lo son quienes caminan a tu lado.
Y al final, uno ve que, allá donde los pasos lleven, no queda sino ir sonriendo por todo lo vivido y por vivir.
Desear, tan a menudo como sea posible, cosas buenas para quienes, por mucho o poco tiempo, anduvieron junto a uno y le apoyaron.
A todos ellos, vosotros, GRACIAS.

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